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¿Sabes a qué nos referimos cuando hablamos de autonomía e independencia en el ámbito de los servicios a la comunidad? En este artículo nos centraremos en definir y acotar estos dos términos que muchas veces se utilizan como sinónimos.
La autonomía y la independencia son dos conceptos que forman parte del vocabulario cotidiano de los trabajadores sociales, de los Técnicos Superiores en Integración Social y, en general, de todos los profesionales que trabajan con personas con algún tipo de disfunción o necesidad especial.
No obstante, ¿cuál es la diferencia? Si no lo tienes claro, ¡sigue leyendo! A continuación te explicaremos en profundidad qué implica cada uno de estos conceptos.
¿Qué es la independencia?
La independencia es la capacidad de las personas de realizar las actividades de la vida diaria (AVD) por ellas mismas, sin ayuda de los demás. Y cuando hablamos de AVD… ¿a qué nos referimos? A todos aquellos actos que se llevan a cabo en la vida cotidiana como el cuidado personal, la alimentación, la movilidad o la realización de actividades de ocio, entre otros.
En este sentido, se considera que una persona es dependiente cuando, por razones derivadas de la edad, enfermedad o discapacidad, necesita la ayuda y la atención de otra persona para la realización de las actividades de la vida diaria (AVD).
Las AVD las podemos clasificar en tres categorías según el grado de autonomía. Por ejemplo: el cuidado personal, la alimentación o la movilidad funcional (actividades básicas de la vida diaria, ABVD); la limpieza y el cuidado del hogar, la movilidad en transporte público (actividades instrumentales de la vida diaria, AIVD); y el trabajo o las actividades de ocio (clasificadas como actividades avanzadas de la vida diaria, AAVD).

¿Y qué es la autonomía?
Podríamos definir la autonomía como la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por iniciativa propia, decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias propias, así como de desarrollar las actividades básicas de la vida diaria.
Para avanzar hacia la autonomía, las habilidades deben convertirse en hábitos. Por ejemplo, un niño que esté aprendiendo a lavarse los dientes: es capaz de lavárselos, pero no sabe cuándo o dónde corresponde hacer esta acción. El niño tiene la habilidad, pero todavía no es autónomo para realizarla.
Los hábitos son conductas que las personas manifiestan de forma continua y se ejecutan automáticamente en el momento oportuno y de forma adecuada. Cuando un hábito es realizado de forma repetida y se interioriza, se habla de rutinas.
En el ciclo de Grado Superior de Integración Social estudiarás cómo fomentar la autonomía y la independencia de las personas.
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